P. Daniel Albarrán
Título Original:
Autor: P. Daniel Albarrán
Escrito en Barcelona, en agosto de
2006.
I.S.B.N. 980-12-2383-9
Depósito legal: lf: 0812007200230
Lucas, 8, 22-25:
Sucedió que cierto día subió a una barca con sus discípulos, y les dijo:
«Pasemos a la otra orilla del lago.» Y se hicieron a la mar.
Mientras
ellos navegaban, se durmió. Se abatió sobre el lago una borrasca; se inundaba
la barca y estaban en peligro.
Entonces,
acercándose, le despertaron, diciendo: «¡Maestro, Maestro, que perecemos!» El,
habiéndose despertado, increpó al viento y al oleaje, que amainaron, y
sobrevino la bonanza.
Entonces
les dijo: «¿Dónde está vuestra fe?» Ellos, llenos de temor, se decían entre sí
maravillados: «Pues ¿quién es éste, que impera a los vientos y al agua, y le
obedecen?»
Existen ciertos textos de los
evangelios fascinantes, desde todo punto de vista. Algunos, asombran por las
cosas maravillosas que nos cuentan por sí mismos. Otros, pueden resultar
enigmáticos.
Sin duda, que este relato entresacado
para nuestro estudio contiene todos los elementos posibles, tanto de maravilla
como de enigma, aun, cuando aparentemente están claros y precisos.
De hecho, a primera vista, está claro
que se trata de algo sencillo, por lo menos para el personaje principal del
relato: calma la tempestad, por una parte; y, por la otra, da una lección de
que hay que tener fe. Está demasiado claro.
Pero, en esa aparente claridad, hay
elementos que son interesantes y que requieren un tiempo de estudio y
dedicación. Cosa que nos obliga a asumir una posición no de duda, sino de
búsqueda, y de inquietud. Sobre todo, si tenemos en cuenta que los evangelios
están escritos para nuestro propio bien.
Y si los evangelios están escritos para
nuestro enriquecimiento personal, estamos obligados por necesidad de
crecimiento, a buscarle todas las implicaciones posibles subyacentes para en
verdad crecer, como ha de ser toda posible lectura de los mismos.
Esta postura nos lleva a cuestionarnos
muchas cosas. Y, también, a cuestionar al texto, como tal. No en posición de
duda, sino de búsqueda para que sea más fructífera su lectura y aplicación.
Así, algunas de las cuestiones para
preguntarnos y preguntar al texto, son:
1. Planteamientos de búsqueda y
de inquietud al texto de la tempestad calmada:
a.) ¿En qué nos
beneficia, como lectores inquietos, el texto de la tempestad calmada de los
evangelios?[1]
b.) ¿Tiene
alguna aplicación para nuestras vidas concretas e históricas el hecho de que
Jesús, de manera maravillosa, haya calmado la tempestad?
c.)
¿El desesperarse de los apóstoles es motivo de
recriminación por parte de Jesús, como nos lo señalan los relatos de la
tempestad?
d.) ¿El
desesperarse de los apóstoles, no era, acaso una manera típica de un grupo que
se halle en situación similar?
e.)
¿Por qué el reclamo y la recriminación de Jesús?
f.)
¿Tiene justificación esa recriminación, justo en ese
momento? Esta pregunta tiene algunas aplicaciones moralistas de las que con
harta frecuencia se utilizan para sacarnos en cara el que no se tenga fe, o
cosas parecidas. Evitemos, a toda costa, cualquier aplicación moralista,
respetando, por supuesto, a quienes, lamentablemente, la usan como recurso.
Pero, no, en este caso. Nos libre Dios, de semejante reduccionismo, carente de
todo respeto y seriedad.
g.) ¿Tiene ese
relato alguna otra aplicación en la misma Biblia para nuestro enriquecimiento?
Y si las hay, ¿cuáles serían?
h.) Más, aún,
¿ese relato tiene alguna otra fundamentación en las mismas Escrituras, o, sólo
es una aparición solitaria, sin ninguna otra relación escriturística?
i.)
¿Dónde está lo maravilloso de ese relato: en la
tempestad calmada?
j.)
¿En que nos beneficia ese relato: en que se descubre
lo maravilloso de la acción de Jesús? ¿Ese es el sentido del milagro? ¿Cuál es
el beneficio de ese milagro, en caso de serlo? ¿Dónde está lo milagroso, en
caso de que lo sea?
Muchos más podrían ser los planteamientos con los que nos
veríamos, y nos vemos, enfrentados en el texto del relato de la tempestad
calmada.
Una cosa ha de quedar en claro: no se trata de colocarnos en
actitud de duda, sino en la de la búsqueda para nuestro propio beneficio en
crecimiento. Y este texto tiene muchas cosas y elementos que nos van a ayudar y
que nos serán descubiertas, justo desde las inquietudes.
Ahora bien: ¿dónde vamos a hallar los elementos para las
respuestas posibles, en caso, de que también las haya? No en otra parte, que en
el mismo relato, y a todas las referencias que se encuentran en el mismo, y a
las que hay que ir para nuestra maravillosa sorpresa.
Así, tenemos que en el mismo relato del evangelio, hay
algunos elementos que nos van ayudar, y que, ahora, tenemos que resaltar, para
empezar a adentrarnos en la búsqueda y en el enriquecimiento, sorpresivo y
realmente fascinante y maravilloso. Veamos el mismo relato de la tempestad.
2. Elementos del mismo relato
de la tempestad calmada y que son la clave de lo maravilloso del relato:
a.) Pasemos a
la otra orilla.
b.) Se hicieron
a la mar.
c.)
Se abatió sobre el lago una borrasca; se inundaba la
barca y estaban en peligro.
d.) Entonces,
acercándose, le despertaron, diciendo: «¡Maestro, Maestro, que perecemos!»
e.)
El, habiéndose despertado, increpó al viento y al
oleaje, que amainaron, y sobrevino la bonanza.
Aquí
están todos los elementos para nuestra búsqueda. Para nuestras respuestas. Para
nuestro enriquecimiento. ¿O, entonces, para que fueron escritos los evangelios,
si no? Pues, para eso.
Y no está mal que intentemos
adentrarnos. Todo lo contrario.
Cada una de las preguntas-inquietudes
van a encontrar sus respuestas en los elementos anteriores, y a los que les
dedicaremos, a cada uno, un capítulo entero
Según los relatos de los evangelios es
Jesús quien propone pasar a la otra orilla.
¿Qué podría significar pasar a la otra
orilla? ¿A la orilla de qué? ¿Y, por qué, necesariamente, a la otra orilla?
A la otra orilla del lago, nos
dicen los evangelistas (cfr. Lc. 8, 22; Mt. 8, 18; Mc. 4,35).
¿Por qué no quedarse en la orilla donde
estaban? ¿Era que no era más cómodo quedarse donde estaban? ¿Qué estaban
haciendo en la orilla de acá, donde estaban, y, qué tenían que hacer en la
otra? ¿El mudarse de orilla era necesario, y, por qué?
Los evangelistas Mateo y Marcos nos
dicen que estaban rodeados de gente. En Mateo, estaban rodeados de la
muchedumbre. ¿Sería que en la otra orilla ya no estarían rodeados de la
muchedumbre? Un detalle importante en Mateo 8,18 es que Jesús “viéndose
rodeado de la muchedumbre, mandó pasar a la otra orilla”. La iniciativa de
pasar a la otra orilla es de Jesús. Pero, “viéndose rodeado de la
muchedumbre”.
¿El dato de la muchedumbre que lo
rodeaba tendrá alguna significación?
Este dato parece interesante, y, en
cierta manera contradictorio, ya que a Jesús le convenía que la gente (o la
muchedumbre) le escuchara. Al fin y al cabo, le interesaba que escuchara su
mensaje y su doctrina. ¿Entonces, por qué pasar a la otra orilla, si justo en
donde estaba, había gente que podía escucharlo? ¿O, el problema, no era, sino
que era muchedumbre; es decir, que no estaban en condición de escuchar ni
entender nada, precisamente, por ser “muchedumbre”?
¿Tendrá la clasificación “muchedumbre”
alguna connotación despectiva por parte del evangelista? ¿O, no será
despectiva, sino clasificatoria y detallista para precisar que en esas
condiciones no se puede entender ni captar nada del mensaje de Jesús? Mas,
cuando el evangelista Mateo resalta la expresión muchedumbre en los apartados
anteriores, por ejemplo, en la curación de un leproso (cfr. Mt. 8, 1) y en las
numerosas curaciones (cfr. Mt. 8, 16), e, incluso, en la curación del criado
del centurión (cfr. Mt. 8, 5-13).
Es interesante el dato que nos da el
evangelista San Mateo en esa invitación y propuesta de Jesús de pasar a la otra
orilla. Nos coloca una conversación y un ofrecimiento de un escriba y de un
otro discípulo de seguir a Jesús a cualquier parte. Jesús le contesta al
primero que “las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos; pero el
Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”; y, al segundo, que lo
siga “y deja que los muertos entierren a sus muertos” (cfr. Mt. 8, 19-22).
Después, “subió a la barca y sus discípulos le siguieron” (cfr. Mt. 8,
23).
¿Habrá alguna relación implícita en ese
detalle de la conversación de Jesús con esos dos personajes con el hecho de
pasar a la otra orilla?
¿Qué quiere decir pasar a la otra orilla?
¿Pasar a la otra orilla, a qué?
¿Qué hizo en la otra orilla, a donde
propuso que pasaran?
En el evangelio de San Mateo, realiza
una expulsión de unos endemoniados (dos). Por cierto, que los gadarenos (la
ciudad de Gadara) le piden que, más bien, se vaya del pueblo, después que
fueron testigos de la expulsión de los endemoniados y después de que los
puercos se lanzaran al mar (cfr. Mt. 8, 28-34). Después, se regresó. No hizo
más.
En el evangelio de San Marcos, el mismo
endemoniado, porque en este evangelio es uno (también en San Lucas), le pide a
Jesús para acompañarlo, pero Jesús le recomienda que vaya a su casa y cuente
todo lo que pasó. Y se repite la aplicación del evangelista San Mateo del
ofrecimiento para seguir a Jesús, pero, no, antes del viaje, sino después.
¿Pasar a la otra orilla? Esa es la
constante en este apartado. ¿Qué querrá decir?
¿Tendrá alguna relación el pasar a la
otra orilla con el hecho del ofrecimiento para seguir a Jesús, y seguirlo,
después de la aceptación por parte de Jesús? ¿Será esa la constante de los
evangelista y será esa la idea implícita en el pretexto de la tempestad
calmada?
En todo caso, hay allí un movimiento, y
una invitación al movimiento: pasar a la otra orilla. Como también hay
un movimiento, al menos en la voluntad, de los que se ofrecen para seguir a
Jesús.
El caso se pone más interesante porque
Jesús vuelve otra vez a la orilla de donde partió y donde estaba. ¿A qué fue: a
buscar pleito con los de la ciudad de Gadara? ¿O, ese detalle no es importante?
¿O, qué es lo importante: la tempestad calmada?
¿En qué nos beneficia el relato de la
tempestad calmada para nuestras vidas en concreto?
¿Dónde está, entonces, el poder de
Jesús, que fue capaz de calmar una tempestad y no fue capaz de enamorar con su
mensaje a los de la ciudad a donde fue, y, que, más bien, fue expulsado, según
nos detallan los evangelistas? ¿Dónde está lo milagroso y portentoso de ese
relato, en caso de que los evangelistas estén pretendiendo eso?
Tiene que haber algo más de fondo en ese
relato de la tempestad calmada. Tiene que haberlo, porque, no es suficiente, lo
que a primera vista vemos. Tiene que haberlo.
Quedémonos con estos elementos, por los
momentos. El caso es que hay que pasar a la otra orilla. Y algo tiene que
significarnos esa invitación y propuesta de Jesús.
Pasemos a la otra orilla. Por ahora,
pasemos al siguiente elemento, quedándonos, todavía inquietos en esa propuesta,
que con toda seguridad se resolverá en nuestro intento y aventura de
crecimiento. Algo hay que hacer en la otra orilla. Por algo lo propone Jesús.
SE HICIERON A LA MAR
Los discípulos hicieron lo que Jesús
proponía: se hicieron a la mar, y con Jesús a bordo.
¿Qué hora sería? El evangelista Marcos es
el único que nos da el dato: “al atardecer” (cfr. Mc. 4,35).
En ese detalle es importante comparar
con otra propuesta de Jesús de hacerse al mar, en la multiplicación de los
panes. Así, en la multiplicación de los panes, según San Mateo, al atardecer se le acercaron los discípulos
diciendo: «El lugar está deshabitado...” (Mateo
14,15); según San Marcos, era ya una hora muy avanzada cuando se le
acercaron sus discípulos y le dijeron: «El lugar está deshabitado...”
(Marcos 6,35); según San Lucas 9,12: “Pero el día había comenzado a
declinar, y acercándose los Doce, le dijeron: «Despide a la gente...”
Este
detalle es importante resaltarlo, porque, en la multiplicación, quienes toman
la iniciativa son los discípulos. Mientras, que en el caso del relato de la
tempestad calmada, es de Jesús la propuesta de hacerse a la mar. Aunque,
también la diferencia está en que en el caso de la multiplicación, se trata de
una sugerencia de despedir a la gente, y se supone que también tendrían que
regresar por el mar, porque Jesús y sus discípulos habían ido al sitio en
barca, igualmente.
Pero,
en este caso, los discípulos no hacen ninguna objeción, como, sí la hicieron en
el caso de la multiplicación. Aunque se entiende, porque, tendrían que volver
otra vez al sitio, y se supone que sería, entonces, más tarde, la hora del
regreso.
En
el caso de la multiplicación en la propuesta de Jesús de ir a comprar, se
supone que Jesús, no iría, sino los discípulos, al menos, algunos. Tampoco, se
supone que todos. En el caso de la tempestad, Jesús, si va a ir, porque es el
que propone que se pase a la otra orilla. ¿Sería, por eso, que no hay ninguna
objeción por parte de los discípulos? ¿O, será que el elemento “muchedumbre”
juega un rol importante en la redacción de ese relato? Porque, si nos
percatamos bien, el ir a comprar comida para darle a los que estaban con ellos,
sería lo contrario, que el no volver a la muchedumbre del caso de pasar a la
otra orilla, en la propuesta de Jesús. En la multiplicación, era volver a la
muchedumbre; mientras, que en el relato que nos ocupa era retirarse de la
muchedumbre. ¿Habrá un dato revelador en ese detalle? El caso es que se repite
y adquiere características distintas en los dos: en una, se busca estar con
ella; en el otro, se busca retirarse de ella.
¿O,
sería, que no era tan tarde, aquel atardecer de aquel día, como nos lo dice San
Marcos?
Se hicieron a la mar.
No hay más datos respecto a las
circunstancias del hecho, ni geográficas, ni climatológicas, sino hasta el
momento que se presenta la tempestad.
El dato es que van hacia la otra orilla
y para ello había que hacerse a la mar. Ahí están.
Llegamos a donde íbamos. Justo en medio
de la tempestad. Por lo menos, en nuestro recorrido porque Jesús y sus
discípulos todavía no han llegado a la otra orilla, que era lo que se habían
propuesto. Tampoco nosotros porque esta tempestad va a traernos cosas muy
interesantes para nuestra vida.
No sólo eso. Sino, que queremos
encontrar lo que en verdad puede significar para nuestro crecimiento lo que los
evangelistas nos cuentan; y queremos fortalecernos, a pesar de la tempestad que
pueda ser el dirigirse a la otra orilla, que ha sido la clave y el motivo del
desplazamiento de Jesús (tal vez el de todo ser humano en perspectiva de
crecimiento consciente) y que se haya implícito en este relato, que a
todas-todas es fascinante. No tanto, por lo maravilloso de lo que se cuenta en
él, sino por lo que tenga de revelador. Y ha de tener mucho.
Elementos de resaltar del relato:
a.)
La barca casi se anegaba:
En el Evangelio de San Marcos (4, 37)
dice que “se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca,
de suerte que ya se anegaba la barca.”
En este punto las cosas comienzan a
complicarse, aunque ya lo estaban para los viajeros que iban a la otra orilla.
Pero, en el caso nuestro, comienzan a complicarse más porque hay datos que no
van con la lógica de una situación tal, en caso de que se haya dado. Porque,
¿cómo se entiende que una persona pueda dormir en una barca con la
caracterización que nos está dando el evangelista San Marcos?
Según San Marcos “las olas irrumpían
en la barca”. Además, insiste en el dato y lo repite: “de suerte que ya
se anegaba la barca”. Lucas, por su parte, dice que “se inundaba la
barca y estaban en peligro” (cfr. Lc. 8, 23). Y, según San Mateo, la cosa
es más alarmante, todavía, ya que “se levantó en el mar una tempestad tan
grande que la barca quedaba tapada por las olas” (Mt. 8, 24).
Eso
lleva a pensar de inmediato que el agua tendría que haber entrado en la barca,
sin contar todo el movimiento brusco que esto supondría. Igual lleva a pensar
que todos sus pasajeros y tripulantes tendrían que mojarse en todas las
embestidas del agua. ¿Y no despierta a cualquiera que duerma un envión de agua
por muy poca que sea, más en esas circunstancias? ¿Y, no era, pues, una
tempestad? ¿O, apenas, era una cosa pasajera?
No parece que hubiese sido pasajera,
porque, según le reclaman, en cierta manera a Jesús, es que si no les importa
que perezcan (“¿no te importa que perezcamos?”, dice el evangelista San
Marcos). Además, no podía ser tan pasajera la situación, ya que la barca casi
se anegaba, según Marcos; se inundaba la barca, según Lucas; y, la
barca quedaba tapada por las olas, según San Mateo. La cosa era seria; y,
mucho.
b.)
Jesús dormía:
¿Puede una persona en situaciones
semejantes poder dormir?
Por lo menos, en una embestida del agua
se le entrecorta la respiración a cualquiera. ¿O, era que la barca era muy
moderna y tenía algún compartimento, como las lanchas actuales, donde se podía
dormir, y en él se hallaba Jesús? Aún, así: ¿Y el movimiento y sacudidas de la
barca que en esas circunstancias no debieron ser muy suaves y delicadas?
A todas claras, no. Ya que el mismo
evangelista San Marcos nos dice que, Jesús, “estaba en popa, durmiendo sobre
un cabezal” (Mc. 4, 38).
¿O, era muy profundo el sueño de Jesús?
¿O, no será, más bien, que es otra la
motivación que inspira a los
evangelistas al escribir ese relato?
¿Cuál será la teología del hecho de ese
relato en mentalidad de revelación según el proyecto de Dios en los
evangelistas?
¿Dónde está lo maravilloso de ese
relato: en que Jesús no se haya despertado con semejante ambiente y situación?
¿Será esa la clave?
A este punto, las cosas están muy
complicadas, ya que no es tan simple el relato de la tempestad calmada.
c.) La
importancia de la relación de los elementos de la tempestad:
Desde esta manera de ver, sin duda, que
no es tan fácil su interpretación. Exige respeto, aun cuando parezca que se le
esté faltando al personaje principal del relato que estamos analizando. Todo lo
contrario. Se trata de enriquecernos, así, parezca que lo empobrecemos.
Se insiste en que este relato tiene su
carga profunda de grandeza al resaltar lo que está resaltando y que no es tan
simple como parece. Como, tampoco, de olvidar que los evangelios fueron
escritos mucho tiempo después de la muerte y resurrección de Jesús, y, que son
el fruto de la experiencia del resucitado, sin obviar, por supuesto, que tienen
su base en la historicidad de los acontecimientos narrados. Pero, en clave de
fe en el resucitado. Eso lleva a comprender la ilogicidad de algunos acontecimientos,
como en el caso presente del relato de la tempestad calmada, que a todas se ve
que no concuerda con una situación semejante de amenazas de zozobra en el mar,
en donde, tiene que ser imposible poder dormir, menos en la popa, aun, cuando
haya sido el mismo Jesús.
¿Qué tiene de fondo, entonces, el
relato de la tempestad calmada? ¿Será la lógica de los acontecimientos o será
la lógica de la fe, desde donde fueron escritos esos detalles de la tempestad
calmada?
Esa realidad lleva a preguntarse sobre
la veracidad de la tempestad calmada, por lo menos, desde las maneras que
aparecen contadas en estos tres evangelios. No se puede negar que haya
sucedido. Pero, hay en ese relato una experiencia de fe y de globalidad
teológica en concatenación con todas las Sagradas Escrituras. Sin duda.
Sólo desde esa ilogicidad-lógica, desde
la inspiración, es que hay que releerse el texto de la tempestad calmada. Y,
desde esta perspectiva las cosas se simplifican sorprendentemente y se
complican al mismo tiempo, porque hay que hacer la relación con todos los
elementos que aparecen de manera directa en el mismo relato. Estos elementos
son los propios de una tempestad: el mar y los vientos. Y, hay que hacer,
necesariamente, la relación porque justo ahí está la clave de la inspiración, y
de la motivación de que los evangelistas nos hayan contado esos detalles.
Esto nos lleva a buscar la relación con
el mar antes de ese relato evangélico. También con los vientos. Eso
intentaremos para ser honestos con nuestra experiencia de fe y de búsqueda.
Además, porque en clave de la relación es que fueron escritos estos detalles.
Lo que nos lleva a intentar re-leerlos bajo esa tónica para que sea y siga
siendo una experiencia de fe, como lo es desde su redacción. Escritos desde la
perspectiva de la fe. Y leídos bajo esa misma perspectiva.
Así, que, nos dedicaremos a los
elementos relacionados y de la relación del relato de la tempestad calmada: el
mar, y, los vientos, que son lo que originan cualquier tempestad.
Con toda su carga teológica y de inspiración, que han sido las motivaciones de
los evangelistas. Pero, desde la fe.
Estamos en todo el centro de la
tempestad. Tanto en el relato, como en nuestro intento. Estamos en todo el
centro. En medio del mar y a expensas y antojos de los vientos. Por eso es la
tempestad. Porque, si los vientos no se encuentran no habrá remolinos, y,
tampoco, habrá alteraciones en el mar. Un elemento lleva al otro. Y los dos se
juntan para provocar lo que están provocando.
Intentaremos dominar y ser conocedores
de esos dos elementos para poder dominar la tempestad. Para ello nos
adentraremos en el conocimiento de esos mismos dos elementos en la mentalidad
de las Escrituras.
Sin olvidar, por supuesto, que la meta
es “la otra orilla”(cfr. Mc. 4, 35; Lc. 8, 22; Mt. 8, 18), como había
sido la propuesta de Jesús a los apóstoles. Pero, la otra orilla como meta,
porque, la clave es pasemos (cfr. Ibidem), según petición del mismo
Jesús, en movimiento y en ejecución. Si no se da y se realiza la acción de
pasar, y, a la otra orilla, no se da el hecho de la tempestad. Esto
parece interesante y clave en la realidad de la tempestad. ¿Cómo iba a
sucederse, entonces, si se quedaban en la orilla donde estaban? Tal vez,
hubiese sucedido la tempestad en el mar, pero no les hubiera afectado en nada
si se quedan en la orilla donde estaban. Era en la ejecución y acción de la
propuesta y petición.
Esta anotación parece importante, ya
que en el mientras van a la otra orilla, es cuando se sucede la tempestad. Tal
vez en el mientras se va esté lo interesante. En el mientras se va, o en el
entre el ir de una orilla a la otra, en acción y movimiento, se sucede la
tempestad. No antes. No después. En el entre de ese antes y ese después.
Y en medio de la acción. Es decir, en pleno mar. El entre, en movimiento
y acción, puede resultar interesante.
Porque, de hecho, la tempestad es
realmente peligrosa si se está en medio de ella.
En todo caso, busquemos la relación del
mar en las Sagradas Escrituras, para ver qué nos repara y en que nos podemos
beneficiar.
El mar:
¿Aparece
alguna referencia al mar en las Sagradas Escrituras? ¿Cuál será su significado,
sólo referencia geográfica, o tendrá alguna otra connotación?
1.) En el libro
del Génesis, por ejemplo, en su mismo comienzo, hay una referencia al mar. Dice
el texto (Génesis 1, 1-10):
En el principio creó Dios
los cielos y la tierra.
La tierra era caos y
confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por
encima de las aguas.
Dijo Dios: «Haya luz», y
hubo luz.
Vio Dios que la luz estaba
bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad;
y llamó Dios a la luz «día», y a la oscuridad la llamó «noche». Y
atardeció y amaneció: día primero.
Dijo Dios: «Haya un firmamento
por en medio de las aguas, que las aparte unas de otras.»
E hizo Dios el firmamento; y
apartó las aguas de por debajo del firmamento, de las aguas de por encima del
firmamento. Y así fue.
Y llamó Dios al firmamento
«cielos». Y atardeció y amaneció: día segundo.
Dijo Dios: «Acumúlense las
aguas de por debajo del firmamento en un solo conjunto, y déjese ver lo seco»;
y así fue.
Y llamó Dios a lo seco
«tierra», y al conjunto de las aguas lo llamó «mares»; y vio Dios que estaba
bien.
Ya en ese texto inicial aparece la
referencia a agua y viento: “y un viento de Dios aleteaba por encima de las
aguas”(Gn. 1, 2).
¿Habrá alguna referencia implícita a
este dato del Génesis en el relato de la tempestad calmada? Se dan los mismos
elementos: agua y viento.
En el caso del Génesis, la afirmación
está precedida de una confirmación de una situación: “La tierra era caos y
confusión”. En el relato de la tempestad se repite, de manera implícita, la
confirmación de una situación: la tempestad, propiamente dicha, y, experimentada.
Estas comparaciones resultan
fascinantes, ya que en la tempestad calmada, llaman a Jesús, para que
intervenga. También interviene la mano de Dios en el Génesis: creó Dios y
dijo Dios (Gn. 1, 1, y en las subsiguientes creaciones y separaciones, para
generar orden, sobre el caos y la confusión que era lo reinante).
¿Se estará repitiendo la experiencia de
fe con la que comienza el libro del Génesis en el relato de la tempestad
calmada?
De hecho, después de la intervención de
Jesús sobre la situación de confusión y angustia, insisten los evangelistas,
que sobrevino una gran bonanza (cfr. Mc. 4, 39; Lc. 8, 24; Mt. 8, 26), como
también se afirma al final del Génesis de la cita que tenemos apuntada: “y
vio Dios que estaba bien” (Gn. 1, 10).
¿La gran bonanza experimentada
sobre el mar y los vientos en el caso de la tempestad calmada, será la misma
experiencia de fe, de que vio Dios que estaba bien? Y con ello, en ambos
casos, ¿no será la misma confirmación de fe sobre el caos y la confusión?
¿No será la misma experiencia de fe
afirmada en ambos casos? ¿No se estará repitiendo la misma afirmación de
creación en el caso de la tempestad calmada?
¿No será, más bien, en el caso de la
tempestad, una experiencia originaria de fe relacionada con toda la experiencia
de fe de las Escrituras?
2.) Otras
referencias las encontramos en Noé, en el caso del diluvio, donde, también, se
hace referencia directa a las aguas. El Arca representa la intervención directa
de Dios y la salvación. Igualmente, el Mar Rojo, y la salida del pueblo de
Israel de la esclavitud de los egipcios. Pero, en estas dos no hay tempestad.
3.) En el caso
de caso de Jonás y su negativa de ir a Nínive, se presenta un parecido a la
tempestad calmada por parte de Jesús de Nazareth. Veamos la historia de Jonás 1, 1-15:
La palabra de Yahveh fue dirigida a Jonás,
hijo de Amittay, en estos términos:
«Levántate, vete a Nínive, la gran ciudad, y
proclama contra ella que su maldad ha subido hasta mí.»
Jonás se levantó para huir a Tarsis, lejos de
Yahveh, y bajó a Joppe, donde encontró un barco que salía para Tarsis: pagó su
pasaje y se embarcó para ir con ellos a Tarsis, lejos de Yahveh.
Pero Yahveh desencadenó un gran viento sobre
el mar, y hubo en el mar una borrasca tan violenta que el barco amenazaba romperse.
Los marineros tuvieron miedo y se pusieron a
invocar cada uno a su dios; luego echaron al mar la carga del barco para
aligerarlo. Jonás, mientras tanto, había bajado al fondo del barco, se había
acostado y dormía profundamente.
El jefe de la tripulación se acercó a él y le
dijo: «¿Qué haces aquí dormido? ¡Levántate e invoca a tu Dios! Quizás Dios se
preocupe de nosotros y no perezcamos.»
Luego se dijeron unos a otros: «Ea, echemos a
suertes para saber por culpa de quién nos ha venido este mal.» Echaron a suertes, y la suerte cayó en Jonás.
Entonces le dijeron: «Anda, indícanos tú, por
quien nos ha venido este mal, cuál es tu oficio y de dónde vienes, cuál es tu
país y de qué pueblo eres.»
Les respondió: «Soy hebreo y temo a Yahveh,
Dios del cielo, que hizo el mar y la tierra.»
Aquellos hombres temieron mucho y le dijeron:
«¿Por qué has hecho esto?» Pues supieron los hombres que iba huyendo lejos de Yahveh por lo que él había
manifestado.
Y le preguntaron: «¿Qué hemos de hacer contigo
para que el mar se nos calme?» Pues el mar seguía encrespándose.
Les respondió: «Agarradme y tiradme al mar, y
el mar se os calmará, pues sé que es por mi culpa por lo que os ha sobrevenido esta gran borrasca.»
Los hombres se pusieron a remar con ánimo de
alcanzar la costa, pero no pudieron, porque el mar seguía encrespándose en
torno a ellos.
Entonces clamaron a Yahveh, diciendo: «¡Ah,
Yahveh, no nos hagas perecer a causa de este hombre, ni pongas sobre nosotros sangre inocente, ya que tú, Yahveh,
has obrado conforme a tu beneplácito!»
Y, agarrando a Jonás, le tiraron al mar; y el
mar calmó su furia.
En esta historia de Jonás existen
algunos parecidos y diferencias a la del relato de la tempestad calmada por
Jesús. Jonás recibe el mandato de Yaheveh de ir a Nínive. Jonás prefiere huir a
otra ciudad y no acatar el mandato: una diferencia. Aunque, un parecido, con el
ofrecimiento que hicieron los dos personajes que nos presenta el evangelista
San Mateo (cfr. Mt. 8, 20-22), de los cuales, uno, recibe la negativa de Jesús,
y, el otro, la invitación de que lo siga. ¿Parecido y/o diferencia?
Otro parecido y/o diferencia: “Jonás,
mientras tanto, había bajado al fondo del barco, se había acostado y dormía
profundamente”(Jonás, 1, 5b). Jesús dormía (cfr. Mc. 4, 38; Lc. 8,23; Mt.
8, 24). Jonás, en rebeldía.
A ambos personajes los despiertan, y en
los dos casos hay un reclamo: “El jefe de la tripulación se acercó a él y le
dijo: «¿Qué haces aquí dormido? ¡Levántate e invoca a tu Dios! Quizás Dios se
preocupe de nosotros y no perezcamos.» (Jonás, 1, 6). En el relato de los
evangelios: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?” (Mc. 4, 38).
Una diferencia: en el caso de Jonás,
fue el resultado de echar la suerte, que cayó justo sobre él como el culpable
de la situación (cfr. Jonás 1, 7). Y, entonces, viene la identificación de su
origen, su oficio, y la posible causa de los males que se estaban padeciendo.
En el caso de los evangelios, no hacía falta la identificación, ni el oficio,
ni buscaban las causas de la situación: se trataba de su propio maestro, a
quien conocían. Pero, sí permanece, en cierta manera, la especie de reclamo.
En el caso de Jonás, los marineros eran
de diversas nacionalidades, y, por supuesto, diversas creencia y religiones. En
el caso de la tempestad calmada, de los evangelios, todos eran judíos y
discípulos de Jesús.
Otra diferencia: a Jonás lo arrojan al
mar y se calma la tempestad. Mientras que en los evangelios, no arrojan a
Jesús, sino que, Jesús mismo, con autoridad increpa al viento y manda al mar
que se calme.
Estos datos en relación son muy
interesantes.
¿Estarán en el fondo del relato que nos
cuentan los evangelistas?
Más, aún, ¿tendrá alguna relación con
la ballena y los tres días en su interior en el caso de Jonás, con los tres días
de Jesús en el sepulcro?
¿Existirá alguna fundamentación y
superación procesada en la mentalidad de los evangelistas con lo de la
tempestad calmada?
Sea como sea, ahí, están los datos,
para nuestra sorpresa.
¿Diferencias y/o parecidos?
¿Existen otros relatos de historia
semejantes?
Por lo menos, en nuestra búsqueda no se
encontraron.
Lo que puede quedar claro es, que, en
mentalidad de una misma confesión de fe, tanto con la del Génesis, como con la
de Jonás, en los evangelios, se está repitiendo la misma experiencia. Lo que
puede llevar a pensarse que en el relato de la tempestad calmada, por parte de
Jesús, existe en los evangelistas una confesión de fe en el poder de Dios,
reconocido en Jesús, desde la experiencia del resucitado, que es la clave y la
dimensión esencial de los evangelios.
En este apartado no hay mucho que decir
porque ya lo hemos dicho en el anterior. Encontrábamos algunas diferencias y
algunos parecidos. Y hacíamos nuestros hallazgos.
Sin embargo, debemos precisar, que la
meta es la otra orilla, que es lo que ha motivado el viaje.
Tal vez, en esta parte del relato y del
viaje esté toda la carga emotiva de la motivación del relato de la tempestad
calmada.
Tal vez, sea, el momento justo para el
recordatorio de que confiados en el amor de Dios, no hay motivos para la
desesperación, aún, cuando las circunstancias sean a las de una tempestad: se
revuelven los vientos y provocan las aguas, al punto de casi anegar las barcas
de nuestras vidas.
Tal vez, sea, la ocasión para no
olvidar que se trata del viaje: de una orilla a la otra. Y, que ese viaje es
necesario en nuestras vidas.
Tal vez, estemos deseando no habernos
movido de orilla. O, quizás, sintamos que el viaje es inútil y una gran
torpeza, ya que en la otra orilla estábamos seguros, y estábamos bien. ¿A hacer
qué a la otra orilla?
Tal vez, el viaje, y la aplicación del
relato de la tempestad calmada, sea un recordatorio de que todo viaje implica
un paso de seguridades habidas por inseguridades no necesarias, aparentemente.
Pero, el viaje y la propuesta es de
Jesús. ¿Habrá que hacerlo, necesariamente?
Tal vez, el paso a la otra orilla sea
una constante invitación de nuestras seguridades, que, quizás empobrezcan e
inutilizan. De allí, la invitación y propuesta de pasar al otro lado.
¿Será que en ese relato existe alguna
relación con toda nuestra existencia, en el plano auténtico de la fe?
¿No será, más bien, que se trata de un
movimiento dialéctico, en donde lo ya conseguido es ya conseguido, y no podemos
estancarnos, en relación de movimiento, de más para más, en el plano de la fe,
por supuesto?
Evitemos todos los planteamientos
moralistas, como por ejemplo, el recriminarnos el no tener la suficiente fe, o
cosas parecidas que suenan, más bien a reclamos. Lo dejamos para predicadores
de oficio, más no para inquietos en la búsqueda. De hecho, todo planteamiento
moralista basado en el texto de la tempestad calmada es insistir más en el “hombres
de poca fe” que en el “pasemos a la otra orilla”.
¿No será ese relato un constante
recordatorio que el movimiento es querido por Dios, y recordado por Jesús, a
través de los evangelistas, justo para conseguir el orden sobre el caos?
¿El caos, será la falta de acción y de
movimiento, como nos lo recuerda el libro del Génesis, y del que podría ser una
referencia teológica, en la mentalidad de los evangelistas, a través de la
experiencia de Jesús, el resucitado?
En caso de serlo, entonces, se entiende
el recriminar que ponen los evangelistas en Jesús para insistirnos, si es que
todo eso es ya querido por Dios, desde la creación misma.
¿Será ese el sentido de la reacción de
Jesús: “¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?” (Mt. 8, 26)?
¿Será que todo movimiento en acción
genera un mientras se va? ¿Las tempestades vendrán en ese mientras se va?
La meta es la otra orilla.
Es reconfortante llegar a donde íbamos.
Aunque, en el viaje emprendido por Jesús, al llegar a la ciudad a donde iban, a
la otra orilla, le trajo problemas. De hecho, los habitantes de la ciudad de
Gadara le pidieron que se fuera de la ciudad, porque no lo querían. Habían sido
testigos de la expulsión del espíritu inmundo y lo de la piara de puercos que
se habían lanzado al mar. Era mejor que se fuera.
Pero, no era ese el tema, sino la
tempestad calmada. Y todo lo que ella implicaba e implica para nuestras
existencias en crecimiento y en movimiento.
Tal vez, nuestros vientos estén
controlados al comprender que las tempestades vendrán y que el mar se
embravecerá. Pero, que, es necesario pasar a la otra orilla.
Tal vez, el mientras se va, no nos debe
hacer perder la idea de que se trata de llegar a la otra orilla, a pesar de los
pesares.
Quizás, en ese mientras se va, hay que
poner orden al caos y a la confusión. Y, eso no sea otra cosa que un buen
síntoma, porque significa que estamos en la travesía, y en medio de ella. Lo
que significa que es necesario, aunque parezca contradictorio.
Ciertamente, es muy reconfortante ese
descubrimiento.
Sólo nos queda decir, como los
apóstoles, nos dejes sentir solos porque perecemos. Y nos responderá
Jesús, no en tono de recriminación, sino de apoyo: “hombre de poca fe”
sigue porque ha sido y es necesario que así sea, porque la meta es la otra
orilla.
Y sobrevendrá la bonanza, como en la
experiencia de los apóstoles, porque no nos abandona. Imposible.
¡Qué bonito, entonces!
[1] Como lo
dice San Pablo a la carta a los Hebreos: “Por tanto,
así como los = hijos = participan de la sangre y de la carne, así también
participó él de las mismas, para aniquilar mediante la muerte al señor de la
muerte, es decir, al Diablo,y libertar a cuantos, por temor a la muerte,
estaban de por vida sometidos a esclavitud. Porque, ciertamente, no se ocupa de
los ángeles, sino de la = descendencia de Abraham. =Por eso tuvo que asemejarse
en todo a sus = hermanos, = para ser misericordioso y Sumo Sacerdote fiel en lo
que toca a Dios, en orden a expiar los
pecados del pueblo.
Pues, habiendo sido probado en
el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados” (Hebreos, 2, 14-18).