viernes, 9 de junio de 2017

La tempestad calmada


La Tempestad calmada

P. Daniel Albarrán






Título Original:
La Tempestad calmada


Autor: P. Daniel Albarrán


Escrito en Barcelona, en agosto de 2006.



I.S.B.N. 980-12-2383-9

Depósito legal: lf: 0812007200230


 



LA TEMPESTAD CALMADA


Lucas, 8, 22-25:

Sucedió que cierto día subió a una barca con sus discípulos, y les dijo: «Pasemos a la otra orilla del lago.» Y se hicieron a la mar.
Mientras ellos navegaban, se durmió. Se abatió sobre el lago una borrasca; se inundaba la barca y estaban en peligro.
Entonces, acercándose, le despertaron, diciendo: «¡Maestro, Maestro, que perecemos!» El, habiéndose despertado, increpó al viento y al oleaje, que amainaron, y sobrevino la bonanza.
Entonces les dijo: «¿Dónde está vuestra fe?» Ellos, llenos de temor, se decían entre sí maravillados: «Pues ¿quién es éste, que impera a los vientos y al agua, y le obedecen?»

         Existen ciertos textos de los evangelios fascinantes, desde todo punto de vista. Algunos, asombran por las cosas maravillosas que nos cuentan por sí mismos. Otros, pueden resultar enigmáticos.
         Sin duda, que este relato entresacado para nuestro estudio contiene todos los elementos posibles, tanto de maravilla como de enigma, aun, cuando aparentemente están claros y precisos.
         De hecho, a primera vista, está claro que se trata de algo sencillo, por lo menos para el personaje principal del relato: calma la tempestad, por una parte; y, por la otra, da una lección de que hay que tener fe. Está demasiado claro.
         Pero, en esa aparente claridad, hay elementos que son interesantes y que requieren un tiempo de estudio y dedicación. Cosa que nos obliga a asumir una posición no de duda, sino de búsqueda, y de inquietud. Sobre todo, si tenemos en cuenta que los evangelios están escritos para nuestro propio bien.
         Y si los evangelios están escritos para nuestro enriquecimiento personal, estamos obligados por necesidad de crecimiento, a buscarle todas las implicaciones posibles subyacentes para en verdad crecer, como ha de ser toda posible lectura de los mismos.
         Esta postura nos lleva a cuestionarnos muchas cosas. Y, también, a cuestionar al texto, como tal. No en posición de duda, sino de búsqueda para que sea más fructífera su lectura y aplicación.
         Así, algunas de las cuestiones para preguntarnos y preguntar al texto, son:

1.    Planteamientos de búsqueda y de inquietud al texto de la tempestad calmada:


a.)  ¿En qué nos beneficia, como lectores inquietos, el texto de la tempestad calmada de los evangelios?[1]
b.)  ¿Tiene alguna aplicación para nuestras vidas concretas e históricas el hecho de que Jesús, de manera maravillosa, haya calmado la tempestad?
c.)   ¿El desesperarse de los apóstoles es motivo de recriminación por parte de Jesús, como nos lo señalan los relatos de la tempestad?
d.)  ¿El desesperarse de los apóstoles, no era, acaso una manera típica de un grupo que se halle en situación similar?
e.)   ¿Por qué el reclamo y la recriminación de Jesús?
f.)    ¿Tiene justificación esa recriminación, justo en ese momento? Esta pregunta tiene algunas aplicaciones moralistas de las que con harta frecuencia se utilizan para sacarnos en cara el que no se tenga fe, o cosas parecidas. Evitemos, a toda costa, cualquier aplicación moralista, respetando, por supuesto, a quienes, lamentablemente, la usan como recurso. Pero, no, en este caso. Nos libre Dios, de semejante reduccionismo, carente de todo respeto y seriedad.
g.)  ¿Tiene ese relato alguna otra aplicación en la misma Biblia para nuestro enriquecimiento? Y si las hay, ¿cuáles serían?
h.)  Más, aún, ¿ese relato tiene alguna otra fundamentación en las mismas Escrituras, o, sólo es una aparición solitaria, sin ninguna otra relación escriturística?
i.)    ¿Dónde está lo maravilloso de ese relato: en la tempestad calmada?
j.)    ¿En que nos beneficia ese relato: en que se descubre lo maravilloso de la acción de Jesús? ¿Ese es el sentido del milagro? ¿Cuál es el beneficio de ese milagro, en caso de serlo? ¿Dónde está lo milagroso, en caso de que lo sea?

Muchos más podrían ser los planteamientos con los que nos veríamos, y nos vemos, enfrentados en el texto del relato de la tempestad calmada.
Una cosa ha de quedar en claro: no se trata de colocarnos en actitud de duda, sino en la de la búsqueda para nuestro propio beneficio en crecimiento. Y este texto tiene muchas cosas y elementos que nos van a ayudar y que nos serán descubiertas, justo desde las inquietudes.
Ahora bien: ¿dónde vamos a hallar los elementos para las respuestas posibles, en caso, de que también las haya? No en otra parte, que en el mismo relato, y a todas las referencias que se encuentran en el mismo, y a las que hay que ir para nuestra maravillosa sorpresa.
Así, tenemos que en el mismo relato del evangelio, hay algunos elementos que nos van ayudar, y que, ahora, tenemos que resaltar, para empezar a adentrarnos en la búsqueda y en el enriquecimiento, sorpresivo y realmente fascinante y maravilloso. Veamos el mismo relato de la tempestad.

2.    Elementos del mismo relato de la tempestad calmada y que son la clave de lo maravilloso del relato:


a.)  Pasemos a la otra orilla.
b.)  Se hicieron a la mar.
c.)   Se abatió sobre el lago una borrasca; se inundaba la barca y estaban en peligro.
d.)  Entonces, acercándose, le despertaron, diciendo: «¡Maestro, Maestro, que perecemos!»
e.)   El, habiéndose despertado, increpó al viento y al oleaje, que amainaron, y sobrevino la bonanza.
Aquí están todos los elementos para nuestra búsqueda. Para nuestras respuestas. Para nuestro enriquecimiento. ¿O, entonces, para que fueron escritos los evangelios, si no? Pues, para eso.
         Y no está mal que intentemos adentrarnos. Todo lo contrario.
         Cada una de las preguntas-inquietudes van a encontrar sus respuestas en los elementos anteriores, y a los que les dedicaremos, a cada uno, un capítulo entero








PASEMOS A LA OTRA ORILLA


          Aquí comienza nuestra aventura.
         Según los relatos de los evangelios es Jesús quien propone pasar a la otra orilla.
         ¿Qué podría significar pasar a la otra orilla? ¿A la orilla de qué? ¿Y, por qué, necesariamente, a la otra orilla?
         A la otra orilla del lago, nos dicen los evangelistas (cfr. Lc. 8, 22; Mt. 8, 18; Mc. 4,35).
         ¿Por qué no quedarse en la orilla donde estaban? ¿Era que no era más cómodo quedarse donde estaban? ¿Qué estaban haciendo en la orilla de acá, donde estaban, y, qué tenían que hacer en la otra? ¿El mudarse de orilla era necesario, y, por qué?
         Los evangelistas Mateo y Marcos nos dicen que estaban rodeados de gente. En Mateo, estaban rodeados de la muchedumbre. ¿Sería que en la otra orilla ya no estarían rodeados de la muchedumbre? Un detalle importante en Mateo 8,18 es que Jesús “viéndose rodeado de la muchedumbre, mandó pasar a la otra orilla”. La iniciativa de pasar a la otra orilla es de Jesús. Pero, “viéndose rodeado de la muchedumbre”.
         ¿El dato de la muchedumbre que lo rodeaba tendrá alguna significación?
         Este dato parece interesante, y, en cierta manera contradictorio, ya que a Jesús le convenía que la gente (o la muchedumbre) le escuchara. Al fin y al cabo, le interesaba que escuchara su mensaje y su doctrina. ¿Entonces, por qué pasar a la otra orilla, si justo en donde estaba, había gente que podía escucharlo? ¿O, el problema, no era, sino que era muchedumbre; es decir, que no estaban en condición de escuchar ni entender nada, precisamente, por ser “muchedumbre”?
         ¿Tendrá la clasificación “muchedumbre” alguna connotación despectiva por parte del evangelista? ¿O, no será despectiva, sino clasificatoria y detallista para precisar que en esas condiciones no se puede entender ni captar nada del mensaje de Jesús? Mas, cuando el evangelista Mateo resalta la expresión muchedumbre en los apartados anteriores, por ejemplo, en la curación de un leproso (cfr. Mt. 8, 1) y en las numerosas curaciones (cfr. Mt. 8, 16), e, incluso, en la curación del criado del centurión (cfr. Mt. 8, 5-13).
         Es interesante el dato que nos da el evangelista San Mateo en esa invitación y propuesta de Jesús de pasar a la otra orilla. Nos coloca una conversación y un ofrecimiento de un escriba y de un otro discípulo de seguir a Jesús a cualquier parte. Jesús le contesta al primero que “las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”; y, al segundo, que lo siga “y deja que los muertos entierren a sus muertos” (cfr. Mt. 8, 19-22). Después, “subió a la barca y sus discípulos le siguieron” (cfr. Mt. 8, 23).
         ¿Habrá alguna relación implícita en ese detalle de la conversación de Jesús con esos dos personajes con el hecho de pasar a la otra orilla?
         ¿Qué quiere decir pasar a la otra orilla?
         ¿Pasar a la otra orilla, a qué?
         ¿Qué hizo en la otra orilla, a donde propuso que pasaran?
         En el evangelio de San Mateo, realiza una expulsión de unos endemoniados (dos). Por cierto, que los gadarenos (la ciudad de Gadara) le piden que, más bien, se vaya del pueblo, después que fueron testigos de la expulsión de los endemoniados y después de que los puercos se lanzaran al mar (cfr. Mt. 8, 28-34). Después, se regresó. No hizo más.
         En el evangelio de San Marcos, el mismo endemoniado, porque en este evangelio es uno (también en San Lucas), le pide a Jesús para acompañarlo, pero Jesús le recomienda que vaya a su casa y cuente todo lo que pasó. Y se repite la aplicación del evangelista San Mateo del ofrecimiento para seguir a Jesús, pero, no, antes del viaje, sino después.
         ¿Pasar a la otra orilla? Esa es la constante en este apartado. ¿Qué querrá decir?
         ¿Tendrá alguna relación el pasar a la otra orilla con el hecho del ofrecimiento para seguir a Jesús, y seguirlo, después de la aceptación por parte de Jesús? ¿Será esa la constante de los evangelista y será esa la idea implícita en el pretexto de la tempestad calmada?
         En todo caso, hay allí un movimiento, y una invitación al movimiento: pasar a la otra orilla. Como también hay un movimiento, al menos en la voluntad, de los que se ofrecen para seguir a Jesús.
         El caso se pone más interesante porque Jesús vuelve otra vez a la orilla de donde partió y donde estaba. ¿A qué fue: a buscar pleito con los de la ciudad de Gadara? ¿O, ese detalle no es importante? ¿O, qué es lo importante: la tempestad calmada?
         ¿En qué nos beneficia el relato de la tempestad calmada para nuestras vidas en concreto?
         ¿Dónde está, entonces, el poder de Jesús, que fue capaz de calmar una tempestad y no fue capaz de enamorar con su mensaje a los de la ciudad a donde fue, y, que, más bien, fue expulsado, según nos detallan los evangelistas? ¿Dónde está lo milagroso y portentoso de ese relato, en caso de que los evangelistas estén pretendiendo eso?
         Tiene que haber algo más de fondo en ese relato de la tempestad calmada. Tiene que haberlo, porque, no es suficiente, lo que a primera vista vemos. Tiene que haberlo.
         Quedémonos con estos elementos, por los momentos. El caso es que hay que pasar a la otra orilla. Y algo tiene que significarnos esa invitación y propuesta de Jesús.
         Pasemos a la otra orilla. Por ahora, pasemos al siguiente elemento, quedándonos, todavía inquietos en esa propuesta, que con toda seguridad se resolverá en nuestro intento y aventura de crecimiento. Algo hay que hacer en la otra orilla. Por algo lo propone Jesús.



         Los discípulos hicieron lo que Jesús proponía: se hicieron a la mar, y con Jesús a bordo.
         ¿Qué hora sería? El evangelista Marcos es el único que nos da el dato: “al atardecer” (cfr. Mc. 4,35).
         En ese detalle es importante comparar con otra propuesta de Jesús de hacerse al mar, en la multiplicación de los panes. Así, en la multiplicación de los panes, según San Mateo, al atardecer se le acercaron los discípulos diciendo: «El lugar está deshabitado... (Mateo 14,15); según San Marcos, era ya una hora muy avanzada cuando se le acercaron sus discípulos y le dijeron: «El lugar está deshabitado...” (Marcos 6,35); según San Lucas 9,12: “Pero el día había comenzado a declinar, y acercándose los Doce, le dijeron: «Despide a la gente...”
Este detalle es importante resaltarlo, porque, en la multiplicación, quienes toman la iniciativa son los discípulos. Mientras, que en el caso del relato de la tempestad calmada, es de Jesús la propuesta de hacerse a la mar. Aunque, también la diferencia está en que en el caso de la multiplicación, se trata de una sugerencia de despedir a la gente, y se supone que también tendrían que regresar por el mar, porque Jesús y sus discípulos habían ido al sitio en barca, igualmente.
Pero, en este caso, los discípulos no hacen ninguna objeción, como, sí la hicieron en el caso de la multiplicación. Aunque se entiende, porque, tendrían que volver otra vez al sitio, y se supone que sería, entonces, más tarde, la hora del regreso.
En el caso de la multiplicación en la propuesta de Jesús de ir a comprar, se supone que Jesús, no iría, sino los discípulos, al menos, algunos. Tampoco, se supone que todos. En el caso de la tempestad, Jesús, si va a ir, porque es el que propone que se pase a la otra orilla. ¿Sería, por eso, que no hay ninguna objeción por parte de los discípulos? ¿O, será que el elemento “muchedumbre” juega un rol importante en la redacción de ese relato? Porque, si nos percatamos bien, el ir a comprar comida para darle a los que estaban con ellos, sería lo contrario, que el no volver a la muchedumbre del caso de pasar a la otra orilla, en la propuesta de Jesús. En la multiplicación, era volver a la muchedumbre; mientras, que en el relato que nos ocupa era retirarse de la muchedumbre. ¿Habrá un dato revelador en ese detalle? El caso es que se repite y adquiere características distintas en los dos: en una, se busca estar con ella; en el otro, se busca retirarse de ella.
¿O, sería, que no era tan tarde, aquel atardecer de aquel día, como nos lo dice San Marcos?
         Se hicieron a la mar.
         No hay más datos respecto a las circunstancias del hecho, ni geográficas, ni climatológicas, sino hasta el momento que se presenta la tempestad.
         El dato es que van hacia la otra orilla y para ello había que hacerse a la mar. Ahí están.        


         Llegamos a donde íbamos. Justo en medio de la tempestad. Por lo menos, en nuestro recorrido porque Jesús y sus discípulos todavía no han llegado a la otra orilla, que era lo que se habían propuesto. Tampoco nosotros porque esta tempestad va a traernos cosas muy interesantes para nuestra vida.
         No sólo eso. Sino, que queremos encontrar lo que en verdad puede significar para nuestro crecimiento lo que los evangelistas nos cuentan; y queremos fortalecernos, a pesar de la tempestad que pueda ser el dirigirse a la otra orilla, que ha sido la clave y el motivo del desplazamiento de Jesús (tal vez el de todo ser humano en perspectiva de crecimiento consciente) y que se haya implícito en este relato, que a todas-todas es fascinante. No tanto, por lo maravilloso de lo que se cuenta en él, sino por lo que tenga de revelador. Y ha de tener mucho.


         Elementos de resaltar del relato:

        

a.) La barca casi se anegaba:


         En el Evangelio de San Marcos (4, 37) dice que “se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ya se anegaba la barca.”
         En este punto las cosas comienzan a complicarse, aunque ya lo estaban para los viajeros que iban a la otra orilla. Pero, en el caso nuestro, comienzan a complicarse más porque hay datos que no van con la lógica de una situación tal, en caso de que se haya dado. Porque, ¿cómo se entiende que una persona pueda dormir en una barca con la caracterización que nos está dando el evangelista San Marcos?
         Según San Marcos “las olas irrumpían en la barca”. Además, insiste en el dato y lo repite: “de suerte que ya se anegaba la barca”. Lucas, por su parte, dice que “se inundaba la barca y estaban en peligro” (cfr. Lc. 8, 23). Y, según San Mateo, la cosa es más alarmante, todavía, ya que “se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas” (Mt. 8, 24).
Eso lleva a pensar de inmediato que el agua tendría que haber entrado en la barca, sin contar todo el movimiento brusco que esto supondría. Igual lleva a pensar que todos sus pasajeros y tripulantes tendrían que mojarse en todas las embestidas del agua. ¿Y no despierta a cualquiera que duerma un envión de agua por muy poca que sea, más en esas circunstancias? ¿Y, no era, pues, una tempestad? ¿O, apenas, era una cosa pasajera?
         No parece que hubiese sido pasajera, porque, según le reclaman, en cierta manera a Jesús, es que si no les importa que perezcan (“¿no te importa que perezcamos?”, dice el evangelista San Marcos). Además, no podía ser tan pasajera la situación, ya que la barca casi se anegaba, según Marcos; se inundaba la barca, según Lucas; y, la barca quedaba tapada por las olas, según San Mateo. La cosa era seria; y, mucho.

b.) Jesús dormía:


         ¿Puede una persona en situaciones semejantes poder dormir?
         Por lo menos, en una embestida del agua se le entrecorta la respiración a cualquiera. ¿O, era que la barca era muy moderna y tenía algún compartimento, como las lanchas actuales, donde se podía dormir, y en él se hallaba Jesús? Aún, así: ¿Y el movimiento y sacudidas de la barca que en esas circunstancias no debieron ser muy suaves y delicadas?
         A todas claras, no. Ya que el mismo evangelista San Marcos nos dice que, Jesús, “estaba en popa, durmiendo sobre un cabezal” (Mc. 4, 38).
         ¿O, era muy profundo el sueño de Jesús?
         ¿O, no será, más bien, que es otra la motivación que inspira  a los evangelistas al escribir ese relato?
         ¿Cuál será la teología del hecho de ese relato en mentalidad de revelación según el proyecto de Dios en los evangelistas?
         ¿Dónde está lo maravilloso de ese relato: en que Jesús no se haya despertado con semejante ambiente y situación? ¿Será esa la clave?
         A este punto, las cosas están muy complicadas, ya que no es tan simple el relato de la tempestad calmada.

c.) La importancia de la relación de los elementos de la tempestad:


         Desde esta manera de ver, sin duda, que no es tan fácil su interpretación. Exige respeto, aun cuando parezca que se le esté faltando al personaje principal del relato que estamos analizando. Todo lo contrario. Se trata de enriquecernos, así, parezca que lo empobrecemos.
         Se insiste en que este relato tiene su carga profunda de grandeza al resaltar lo que está resaltando y que no es tan simple como parece. Como, tampoco, de olvidar que los evangelios fueron escritos mucho tiempo después de la muerte y resurrección de Jesús, y, que son el fruto de la experiencia del resucitado, sin obviar, por supuesto, que tienen su base en la historicidad de los acontecimientos narrados. Pero, en clave de fe en el resucitado. Eso lleva a comprender la ilogicidad de algunos acontecimientos, como en el caso presente del relato de la tempestad calmada, que a todas se ve que no concuerda con una situación semejante de amenazas de zozobra en el mar, en donde, tiene que ser imposible poder dormir, menos en la popa, aun, cuando haya sido el mismo Jesús.
         ¿Qué tiene de fondo, entonces, el relato de la tempestad calmada? ¿Será la lógica de los acontecimientos o será la lógica de la fe, desde donde fueron escritos esos detalles de la tempestad calmada?
         Esa realidad lleva a preguntarse sobre la veracidad de la tempestad calmada, por lo menos, desde las maneras que aparecen contadas en estos tres evangelios. No se puede negar que haya sucedido. Pero, hay en ese relato una experiencia de fe y de globalidad teológica en concatenación con todas las Sagradas Escrituras. Sin duda.
         Sólo desde esa ilogicidad-lógica, desde la inspiración, es que hay que releerse el texto de la tempestad calmada. Y, desde esta perspectiva las cosas se simplifican sorprendentemente y se complican al mismo tiempo, porque hay que hacer la relación con todos los elementos que aparecen de manera directa en el mismo relato. Estos elementos son los propios de una tempestad: el mar y los vientos. Y, hay que hacer, necesariamente, la relación porque justo ahí está la clave de la inspiración, y de la motivación de que los evangelistas nos hayan contado esos detalles.
         Esto nos lleva a buscar la relación con el mar antes de ese relato evangélico. También con los vientos. Eso intentaremos para ser honestos con nuestra experiencia de fe y de búsqueda. Además, porque en clave de la relación es que fueron escritos estos detalles. Lo que nos lleva a intentar re-leerlos bajo esa tónica para que sea y siga siendo una experiencia de fe, como lo es desde su redacción. Escritos desde la perspectiva de la fe. Y leídos bajo esa misma perspectiva.
         Así, que, nos dedicaremos a los elementos relacionados y de la relación del relato de la tempestad calmada: el mar, y, los vientos, que son lo que originan cualquier tempestad. Con toda su carga teológica y de inspiración, que han sido las motivaciones de los evangelistas. Pero, desde la fe.
       





         Estamos en todo el centro de la tempestad. Tanto en el relato, como en nuestro intento. Estamos en todo el centro. En medio del mar y a expensas y antojos de los vientos. Por eso es la tempestad. Porque, si los vientos no se encuentran no habrá remolinos, y, tampoco, habrá alteraciones en el mar. Un elemento lleva al otro. Y los dos se juntan para provocar lo que están provocando.
         Intentaremos dominar y ser conocedores de esos dos elementos para poder dominar la tempestad. Para ello nos adentraremos en el conocimiento de esos mismos dos elementos en la mentalidad de las Escrituras.
         Sin olvidar, por supuesto, que la meta es “la otra orilla”(cfr. Mc. 4, 35; Lc. 8, 22; Mt. 8, 18), como había sido la propuesta de Jesús a los apóstoles. Pero, la otra orilla como meta, porque, la clave es pasemos (cfr. Ibidem), según petición del mismo Jesús, en movimiento y en ejecución. Si no se da y se realiza la acción de pasar, y, a la otra orilla, no se da el hecho de la tempestad. Esto parece interesante y clave en la realidad de la tempestad. ¿Cómo iba a sucederse, entonces, si se quedaban en la orilla donde estaban? Tal vez, hubiese sucedido la tempestad en el mar, pero no les hubiera afectado en nada si se quedan en la orilla donde estaban. Era en la ejecución y acción de la propuesta y petición.
         Esta anotación parece importante, ya que en el mientras van a la otra orilla, es cuando se sucede la tempestad. Tal vez en el mientras se va esté lo interesante. En el mientras se va, o en el entre el ir de una orilla a la otra, en acción y movimiento, se sucede la tempestad. No antes. No después. En el entre de ese antes y ese después. Y en medio de la acción. Es decir, en pleno mar. El entre, en movimiento y acción, puede resultar interesante.
         Porque, de hecho, la tempestad es realmente peligrosa si se está en medio de ella.
         En todo caso, busquemos la relación del mar en las Sagradas Escrituras, para ver qué nos repara y en que nos podemos beneficiar.

El mar:


¿Aparece alguna referencia al mar en las Sagradas Escrituras? ¿Cuál será su significado, sólo referencia geográfica, o tendrá alguna otra connotación?

1.)  En el libro del Génesis, por ejemplo, en su mismo comienzo, hay una referencia al mar. Dice el texto (Génesis 1, 1-10):

En el principio creó Dios los cielos y la tierra.
La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas.
Dijo Dios: «Haya luz», y hubo luz.
Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad;
 y llamó Dios a la luz «día»,  y a la oscuridad la llamó «noche». Y atardeció y amaneció: día primero.
Dijo Dios: «Haya un firmamento por en medio de las aguas, que las aparte unas de otras.»
E hizo Dios el firmamento; y apartó las aguas de por debajo del firmamento, de las aguas de por encima del firmamento. Y así fue.
Y llamó Dios al firmamento «cielos». Y atardeció y amaneció: día segundo.
Dijo Dios: «Acumúlense las aguas de por debajo del firmamento en un solo conjunto, y déjese ver lo seco»; y así fue.
Y llamó Dios a lo seco «tierra», y al conjunto de las aguas lo llamó «mares»; y vio Dios que estaba bien.

         Ya en ese texto inicial aparece la referencia a agua y viento: “y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas”(Gn. 1, 2).
         ¿Habrá alguna referencia implícita a este dato del Génesis en el relato de la tempestad calmada? Se dan los mismos elementos: agua y viento.
         En el caso del Génesis, la afirmación está precedida de una confirmación de una situación: “La tierra era caos y confusión”. En el relato de la tempestad se repite, de manera implícita, la confirmación de una situación: la tempestad, propiamente dicha, y, experimentada.
         Estas comparaciones resultan fascinantes, ya que en la tempestad calmada, llaman a Jesús, para que intervenga. También interviene la mano de Dios en el Génesis: creó Dios y dijo Dios (Gn. 1, 1, y en las subsiguientes creaciones y separaciones, para generar orden, sobre el caos y la confusión que era lo reinante).
         ¿Se estará repitiendo la experiencia de fe con la que comienza el libro del Génesis en el relato de la tempestad calmada?
         De hecho, después de la intervención de Jesús sobre la situación de confusión y angustia, insisten los evangelistas, que sobrevino una gran bonanza (cfr. Mc. 4, 39; Lc. 8, 24; Mt. 8, 26), como también se afirma al final del Génesis de la cita que tenemos apuntada: “y vio Dios que estaba bien” (Gn. 1, 10).
         ¿La gran bonanza experimentada sobre el mar y los vientos en el caso de la tempestad calmada, será la misma experiencia de fe, de que vio Dios que estaba bien? Y con ello, en ambos casos, ¿no será la misma confirmación de fe sobre el caos y la confusión?
         ¿No será la misma experiencia de fe afirmada en ambos casos? ¿No se estará repitiendo la misma afirmación de creación en el caso de la tempestad calmada?
         ¿No será, más bien, en el caso de la tempestad, una experiencia originaria de fe relacionada con toda la experiencia de fe de las Escrituras?
        
2.)  Otras referencias las encontramos en Noé, en el caso del diluvio, donde, también, se hace referencia directa a las aguas. El Arca representa la intervención directa de Dios y la salvación. Igualmente, el Mar Rojo, y la salida del pueblo de Israel de la esclavitud de los egipcios. Pero, en estas dos no hay tempestad.
3.)  En el caso de caso de Jonás y su negativa de ir a Nínive, se presenta un parecido a la tempestad calmada por parte de Jesús de Nazareth. Veamos la historia de  Jonás 1, 1-15:

 La palabra de Yahveh fue dirigida a Jonás, hijo de Amittay, en estos términos:
 «Levántate, vete a Nínive, la gran ciudad, y proclama contra ella que su maldad ha subido hasta mí.»
 Jonás se levantó para huir a Tarsis, lejos de Yahveh, y bajó a Joppe, donde encontró un barco que salía para Tarsis: pagó su pasaje y se embarcó para ir con ellos a Tarsis, lejos de Yahveh.
 Pero Yahveh desencadenó un gran viento sobre el mar, y hubo en el mar una borrasca tan violenta que el barco amenazaba  romperse.
 Los marineros tuvieron miedo y se pusieron a invocar cada uno a su dios; luego echaron al mar la carga del barco para aligerarlo. Jonás, mientras tanto, había bajado al fondo del barco, se había acostado y dormía profundamente.
 El jefe de la tripulación se acercó a él y le dijo: «¿Qué haces aquí dormido? ¡Levántate e invoca a tu Dios! Quizás Dios se preocupe de nosotros y no perezcamos.»
 Luego se dijeron unos a otros: «Ea, echemos a suertes para saber por culpa de quién nos ha venido este mal.» Echaron  a suertes, y la suerte cayó en Jonás.
 Entonces le dijeron: «Anda, indícanos tú, por quien nos ha venido este mal, cuál es tu oficio y de dónde vienes, cuál es tu país y de qué pueblo eres.»
 Les respondió: «Soy hebreo y temo a Yahveh, Dios del cielo, que hizo el mar y la tierra.»
 Aquellos hombres temieron mucho y le dijeron: «¿Por qué has hecho esto?» Pues supieron los hombres que iba huyendo  lejos de Yahveh por lo que él había manifestado.
 Y le preguntaron: «¿Qué hemos de hacer contigo para que el mar se nos calme?» Pues el mar seguía encrespándose.
 Les respondió: «Agarradme y tiradme al mar, y el mar se os calmará, pues sé que es por mi culpa por lo que os ha  sobrevenido esta gran borrasca.»
 Los hombres se pusieron a remar con ánimo de alcanzar la costa, pero no pudieron, porque el mar seguía encrespándose en torno a ellos.
 Entonces clamaron a Yahveh, diciendo: «¡Ah, Yahveh, no nos hagas perecer a causa de este hombre, ni pongas sobre  nosotros sangre inocente, ya que tú, Yahveh, has obrado conforme a tu beneplácito!»
 Y, agarrando a Jonás, le tiraron al mar; y el mar calmó su furia.

         En esta historia de Jonás existen algunos parecidos y diferencias a la del relato de la tempestad calmada por Jesús. Jonás recibe el mandato de Yaheveh de ir a Nínive. Jonás prefiere huir a otra ciudad y no acatar el mandato: una diferencia. Aunque, un parecido, con el ofrecimiento que hicieron los dos personajes que nos presenta el evangelista San Mateo (cfr. Mt. 8, 20-22), de los cuales, uno, recibe la negativa de Jesús, y, el otro, la invitación de que lo siga. ¿Parecido y/o diferencia?
         Otro parecido y/o diferencia: “Jonás, mientras tanto, había bajado al fondo del barco, se había acostado y dormía profundamente”(Jonás, 1, 5b). Jesús dormía (cfr. Mc. 4, 38; Lc. 8,23; Mt. 8, 24). Jonás, en rebeldía.
         A ambos personajes los despiertan, y en los dos casos hay un reclamo: “El jefe de la tripulación se acercó a él y le dijo: «¿Qué haces aquí dormido? ¡Levántate e invoca a tu Dios! Quizás Dios se preocupe de nosotros y no perezcamos.» (Jonás, 1, 6). En el relato de los evangelios: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?” (Mc. 4, 38).
         Una diferencia: en el caso de Jonás, fue el resultado de echar la suerte, que cayó justo sobre él como el culpable de la situación (cfr. Jonás 1, 7). Y, entonces, viene la identificación de su origen, su oficio, y la posible causa de los males que se estaban padeciendo. En el caso de los evangelios, no hacía falta la identificación, ni el oficio, ni buscaban las causas de la situación: se trataba de su propio maestro, a quien conocían. Pero, sí permanece, en cierta manera, la especie de reclamo.
         En el caso de Jonás, los marineros eran de diversas nacionalidades, y, por supuesto, diversas creencia y religiones. En el caso de la tempestad calmada, de los evangelios, todos eran judíos y discípulos de Jesús.
         Otra diferencia: a Jonás lo arrojan al mar y se calma la tempestad. Mientras que en los evangelios, no arrojan a Jesús, sino que, Jesús mismo, con autoridad increpa al viento y manda al mar que se calme.
         Estos datos en relación son muy interesantes.
         ¿Estarán en el fondo del relato que nos cuentan los evangelistas?
         Más, aún, ¿tendrá alguna relación con la ballena y los tres días en su interior en el caso de Jonás, con los tres días de Jesús en el sepulcro?
         ¿Existirá alguna fundamentación y superación procesada en la mentalidad de los evangelistas con lo de la tempestad calmada?
         Sea como sea, ahí, están los datos, para nuestra sorpresa.
         ¿Diferencias y/o parecidos?
        
         ¿Existen otros relatos de historia semejantes?
         Por lo menos, en nuestra búsqueda no se encontraron.
         Lo que puede quedar claro es, que, en mentalidad de una misma confesión de fe, tanto con la del Génesis, como con la de Jonás, en los evangelios, se está repitiendo la misma experiencia. Lo que puede llevar a pensarse que en el relato de la tempestad calmada, por parte de Jesús, existe en los evangelistas una confesión de fe en el poder de Dios, reconocido en Jesús, desde la experiencia del resucitado, que es la clave y la dimensión esencial de los evangelios.

 



         En este apartado no hay mucho que decir porque ya lo hemos dicho en el anterior. Encontrábamos algunas diferencias y algunos parecidos. Y hacíamos nuestros hallazgos.
         Sin embargo, debemos precisar, que la meta es la otra orilla, que es lo que ha motivado el viaje.
         Tal vez, en esta parte del relato y del viaje esté toda la carga emotiva de la motivación del relato de la tempestad calmada.
         Tal vez, sea, el momento justo para el recordatorio de que confiados en el amor de Dios, no hay motivos para la desesperación, aún, cuando las circunstancias sean a las de una tempestad: se revuelven los vientos y provocan las aguas, al punto de casi anegar las barcas de nuestras vidas.
         Tal vez, sea, la ocasión para no olvidar que se trata del viaje: de una orilla a la otra. Y, que ese viaje es necesario en nuestras vidas.
         Tal vez, estemos deseando no habernos movido de orilla. O, quizás, sintamos que el viaje es inútil y una gran torpeza, ya que en la otra orilla estábamos seguros, y estábamos bien. ¿A hacer qué a la otra orilla?
         Tal vez, el viaje, y la aplicación del relato de la tempestad calmada, sea un recordatorio de que todo viaje implica un paso de seguridades habidas por inseguridades no necesarias, aparentemente.
         Pero, el viaje y la propuesta es de Jesús. ¿Habrá que hacerlo, necesariamente?
         Tal vez, el paso a la otra orilla sea una constante invitación de nuestras seguridades, que, quizás empobrezcan e inutilizan. De allí, la invitación y propuesta de pasar al otro lado.
         ¿Será que en ese relato existe alguna relación con toda nuestra existencia, en el plano auténtico de la fe?
         ¿No será, más bien, que se trata de un movimiento dialéctico, en donde lo ya conseguido es ya conseguido, y no podemos estancarnos, en relación de movimiento, de más para más, en el plano de la fe, por supuesto?
         Evitemos todos los planteamientos moralistas, como por ejemplo, el recriminarnos el no tener la suficiente fe, o cosas parecidas que suenan, más bien a reclamos. Lo dejamos para predicadores de oficio, más no para inquietos en la búsqueda. De hecho, todo planteamiento moralista basado en el texto de la tempestad calmada es insistir más en el “hombres de poca fe” que en el “pasemos a la otra orilla”.
         ¿No será ese relato un constante recordatorio que el movimiento es querido por Dios, y recordado por Jesús, a través de los evangelistas, justo para conseguir el orden sobre el caos?
         ¿El caos, será la falta de acción y de movimiento, como nos lo recuerda el libro del Génesis, y del que podría ser una referencia teológica, en la mentalidad de los evangelistas, a través de la experiencia de Jesús, el resucitado?
         En caso de serlo, entonces, se entiende el recriminar que ponen los evangelistas en Jesús para insistirnos, si es que todo eso es ya querido por Dios, desde la creación misma.
         ¿Será ese el sentido de la reacción de Jesús: “¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?” (Mt. 8, 26)?
         ¿Será que todo movimiento en acción genera un mientras se va? ¿Las tempestades vendrán en ese mientras se va?
         La meta es la otra orilla.
          




         Es reconfortante llegar a donde íbamos. Aunque, en el viaje emprendido por Jesús, al llegar a la ciudad a donde iban, a la otra orilla, le trajo problemas. De hecho, los habitantes de la ciudad de Gadara le pidieron que se fuera de la ciudad, porque no lo querían. Habían sido testigos de la expulsión del espíritu inmundo y lo de la piara de puercos que se habían lanzado al mar. Era mejor que se fuera.
         Pero, no era ese el tema, sino la tempestad calmada. Y todo lo que ella implicaba e implica para nuestras existencias en crecimiento y en movimiento.
         Tal vez, nuestros vientos estén controlados al comprender que las tempestades vendrán y que el mar se embravecerá. Pero, que, es necesario pasar a la otra orilla.
         Tal vez, el mientras se va, no nos debe hacer perder la idea de que se trata de llegar a la otra orilla, a pesar de los pesares.
         Quizás, en ese mientras se va, hay que poner orden al caos y a la confusión. Y, eso no sea otra cosa que un buen síntoma, porque significa que estamos en la travesía, y en medio de ella. Lo que significa que es necesario, aunque parezca contradictorio.
         Ciertamente, es muy reconfortante ese descubrimiento.
         Sólo nos queda decir, como los apóstoles, nos dejes sentir solos porque perecemos. Y nos responderá Jesús, no en tono de recriminación, sino de apoyo: “hombre de poca fe” sigue porque ha sido y es necesario que así sea, porque la meta es la otra orilla.
         Y sobrevendrá la bonanza, como en la experiencia de los apóstoles, porque no nos abandona. Imposible.
         ¡Qué bonito, entonces!


[1] Como lo dice San Pablo a la carta a los Hebreos: “Por tanto, así como los = hijos = participan de la sangre y de la carne, así también participó él de las mismas, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al Diablo,y libertar a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud. Porque, ciertamente, no se ocupa de los ángeles, sino de la = descendencia de Abraham. =Por eso tuvo que asemejarse en todo a sus = hermanos, = para ser misericordioso y Sumo Sacerdote fiel en lo que  toca a Dios, en orden a expiar los pecados del pueblo.
Pues, habiendo sido probado en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados” (Hebreos, 2, 14-18).